¿Arqueocienciología o un presente de ciencia ficción?

«Los hombres de este siglo XXIX viven en medio de un espectáculo de magia continua, sin que parezcan darse cuenta de ello. Hastiados de las maravillas, permanecen indiferentes ante lo que el progreso les aporta cada día. Siendo más justos, apreciarían como se merecen los refinamientos de nuestra civilización. Si la compararan con el pasado, se darían cuenta del camino recorrido. (…)»

Así comienza «La jornada de un periodista americano en 2889«, un pequeño cuento escrito por Julio Verne en 1889 en el que todos disponen de «telefotos» y los periodistas trabajan gracias a una suerte de red de redes que permite enviar las noticias y fotorreportajes de forma instantánea («Además de su teléfono, cada reportero tiene ante sí una serie de conmutadores que permiten establecer la comunicación con tal o cual línea telefótica. Así los abonados no sólo reciben la narración, sino también las imágenes de los acontecimientos, obtenidas mediante la fotografía intensiva.«)

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Aún no ha llegado el siglo XXIX y ya hemos superado con creces las predicciones de Verne, disponiendo de Internet y smartphones, y de tecnología como la documentación 3D de precisión mediante fotogrametría digital o la realidad virtual y aumentada directamente en nuestro teléfono móvil.

Este «espectáculo de magia continua» del que nos habla el visionario escritor francés se repite cada día en nuestro quehacer cotidiano y nos impulsa en ocasiones a vivir en un presente ficticio, más cercano a la ciencia ficción que a la realidad, en el que otorgamos a la tecnología (que hoy es informática como el ser vivo es agua) unas capacidades cuasi divinas que, quizás, todavía se encuentran lejanas.

Esto ocurre también, con frecuencia, en el campo de la Arqueología y los estudios en torno a bienes culturales, dando lugar a lo que podríamos llamar Arqueocienciología, una nueva religión en la que los periodistas y aficionados a la arqueología más soñadores se vuelcan en los brazos de las llamadas nuevas tecnologías, salvadoras y milagrosas.

Vaya por delante que éste no es ningún alegato neoludista que niegue las capacidades de las nuevas tecnologías a la hora de ayudarnos a los trabajadores del sector patrimonial a hacer un trabajo mejor, más rápido y preciso. Eso es indudable y no tiene sentido luchar contra la aparición de nuevas herramientas, muy útiles y necesarias para el desarrollo de la disciplina.

Resulta peligroso, sin embargo, encontrarnos cada día artículos y noticias que, desconociendo la realidad del trabajo arqueológico, lanzan campanas al vuelo ante el inicio de innovadoras investigaciones que realmente buscan colocar de forma modesta pequeñas baldosas en un camino de futuro que se antoja mucho más largo.

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Nos referimos, por ejemplo, a la noticia que publicaba el diario CLM24 ayer mismo y que llevaba por título «Desarrollan una aplicación que reconoce cerámica de yacimientos mediante fotos«. Al sorprendente titular le siguen afirmaciones que dejarían a cualquiera ojiplático:

«[Esta aplicación] permitirá a cualquier arqueólogo obtener la identificación de la pieza y su datación en el mismo momento de ser encontrada, con tan sólo hacer una foto de la misma. De esta forma, la aplicación proporcionará automáticamente toda la información de interés arqueológico, como el periodo al que pertenece, el estilo o el material.»

Cualquiera que conozca en profundidad el trabajo del arqueólogo y la dificultad que entraña la identificación y datación de cerámica entiende que esta descripción resulta más apropiada para un relato de Julio Verne que para una noticia que pretende informar a la población.

infografica-senzatesto¿Qué hay de verdad y de mentira, de imposible e imposible, en esta noticia? El proyecto en cuestión es ARCHAIDE y su objetivo es desarrollar un «nuevo sistema para el reconocimiento automático de cerámica arqueológica en las excavaciones a lo largo del mundo.» Se trata de un proyecto financiado con fondos europeos que comenzó su andadura en Junio de 2016 y pretende estar finalizado en Junio de 2019, disponiendo así de tres años para llevarse a cabo. No es, por lo tanto, un proyecto terminado, como parece indicar el titular de la noticia.

El modo de funcionamiento de esta futura aplicación debería ser el siguiente: 1) se toma una fotografía a un fragmento de cerámica que tenga elementos reconocibles, poniendo el suficiente cuidado como para que la fotografía sea de calidad y en ella se vea de forma clara el perfil de la cerámica u otros elementos decorativos reconocibles; 2) esa fotografía, junto con otras indicaciones textuales del arqueólogo, se suben a la plataforma donde son comparadas con el catálogo de piezas ya disponible, es decir, con los perfiles y decoraciones ya inventariados de piezas cerámicas; 3) la comparación entre la imagen, junto con los filtros adecuados que haya configurado el arqueólogo, aportará la relación entre el fragmento encontrado en la excavación y la tipología de pieza a la que probablemente pertenezca, permitiéndonos conocer así también otro tipo de información, como la cronología de esa tipología; 4) la pieza hallada pasa a engrosar el catálogo online de cerámicas con las que se pueden comparar nuevos hallazgos subidos a la aplicación.

Aunque el proyecto resulte interesante y permita dar pasos hacia la inclusión de técnicas de reconocimiento automático en arqueología y patrimonio (como las que, por ejemplo, ya usa Google en su plataforma Google Images), podemos detectar una serie de limitaciones que hacen que la realidad se aleje bastante de la noticia: 1) como hemos comentado, la aplicación no ha sido ya desarrollada sino que el proyecto acaba de comenzar: aún no conocemos sus resultados reales; 2) esta aplicación solo será efectiva con aquellas piezas que tengan un perfil o una decoración lo suficientemente claros como para que el software las reconozca con facilidad; 3) será necesario aportar a la aplicación no solo una fotografía sino también cierta información del periodo histórico al que corresponde la pieza de cerámica ya que de lo contrario es probable que el software sea incapaz de hacer una correlación correcta: existen perfiles de piezas cerámicas similares en muchas épocas y se diferencian, en cambio, por su material, cocción o contexto; 4) tanto la noticia como la web del proyecto anuncian que el reconocimiento de la cerámica se podrá hacer directamente en campo, en cuanto se encuentra una pieza de cerámica, lo que conllevaría todavía más dificultades porque las piezas de cerámica en muchas ocasiones se encuentran recubiertas de concreciones o suciedad que impiden su sencillo reconocimiento visual; 5) la datación que obtendríamos no es la del fragmento de la pieza si no la de la tipología a la que supuestamente pertenece, esto es importante porque para conocer la cronología exacta de la pieza real se deberían llevar a cabo otro tipo de análisis arqueométricos que siguen siendo necesarios.

Esto lleva a muchos expertos a preguntarse si «para este viaje hacían falta tantas alforjas»: si esta aplicación solo resulta útil en casos especialmente claros, ¿no será más sencillo identificar estas piezas como se ha hecho siempre, es decir, conociendo determinada producción cerámica y los diferentes manuales en los que ésta se estudia? Es probable que así sea pero también que este proyecto quizás sea uno de los primeros pasos hacia la integración de técnicas de reconocimiento automático en arqueología y patrimonio y que, más adelante, lo consideremos como pionero en la construcción de ciertas herramientas indispensables para el arqueólogo.

Mi apuesta mira un poco más a lo lejos: ¿Acaso no será posible que el arqueólogo del futuro disponga de la posibilidad de documentar en 3D de forma sencilla una forma cerámica y cotejar el modelo texturizado resultante, de forma inmediata, con una enorme base de datos que nos permita identificar con precisión el fragmento gracias a su forma, volumen, color y, por qué no, material, para así obtener una identificación precisa de la tipología?

Si esto ocurre alguna vez, será gracias a que otros proyectos, como ARCHAIDE, han dado pasos pioneros en esa dirección. El sensacionalismo editorial, sin embargo, no contribuye a avanzar en este camino sino a enfangar la realidad y dar la sensación de que hay proyectos que no cumplen las expectativas y se quedan en nada. Necesitamos una prensa científica que no trate al lector de forma infantil, que no construya mitos literarios a lo Julio Verne cuando intenta dar noticias, con imprecisiones de gran calibre que llegan a ser incluso falsedades, que se documente y sea crítica aportando información útil, veraz y de calidad.

P.D.: Para acabar, creo que es necesario decir que el acceso al conocimiento nunca es un peligro sino una ventaja y una oportunidad para crecer. Se han leído comentarios en estos días que apuntaban hacia la posibilidad de que una aplicación como ésta pueda alentar el expolio al ofrecer a cualquiera la posibilidad de identificar cerámica y conocer su posible valor. Si actuamos por esa regla de tres quizás deberíamos prohibir los libros y las clases de Historia del Arte. No es ese el camino. 

Un comentario en “¿Arqueocienciología o un presente de ciencia ficción?

  1. Este es un ejemplo más de una debilidad del periodismo, que todavía no ha interiorizado la necesidad de ser tan riguroso con los temas científicos como lo es con otros como la economía, la política o el deporte. Ningún periodista no experto en fútbol escribe sobre fútbol, sin embargo, son muchos los periodistas que no tienen problema en escribir sobre temas mucho más complejos sin la experiencia, o por lo menos la prudencia, necesaria para digerir información científica y hacerla pública. Por otro lado, hay cada vez más y mejores periodistas científicos capaces de comunicar con rigor noticias sobre ciencia, sin embargo, la arqueología arrastra otro problema endémico que es la falta de consideración dentro de las ciencias. Y aún hay que sumar algo más para entender el problema, que muchas veces son los mismos arqueólogos quienes, necesitados por visibilizar su trabajo, caen en banalizaciones peligrosas del mismo a la hora de contactar con los medios.
    Habría mucho que hablar sobre esto y muchos ejemplos que se pueden recorrer para entenderlo en profundidad, pero siempre es saludable invitar a la reflexión pública y cuestionar lo que se dice y cómo se dice.

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