Hace poco, Jaime Almansa reflexionaba en redes sobre su aparente alejamiento de la «arqueología» tradicional, sustituyendo el pico y la pala por los manuales de economía y sociología con los que investiga sobre «Arqueología Pública» hasta tal punto de dejar de reconocerse como «arqueólogo». Sin embargo, apuntaba, se negaba a sucumbir ante esa falta de identidad profesional, y se reafirmaba en considerar su actividad como arqueología. Yo, como Jaime, también siento en ocasiones haberme alejado del camino de la Arqueología. Haber sustituido el paletín y el calor de la arqueología de campo en verano por las pantallas y las granjas de renderizado. Haber dejado de lado la investigación puramente histórico-arqueológica por la reconstrucción 3D de palacios renacentistas o monumentos íberos. Y, sin embargo, de algún modo, siento que esto también es arqueología. A lo largo de estos años he aprendido que la arqueología (como la política) no tiene un solo camino, la arqueología es un paisaje cubierto de senderos y el de la Arqueología Virtual, como el de la Arqueología Pública, es uno de ellos.
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